CARMINA O LAS VOCES BAJO TIERRA /4/



Antonio Santamaría Solís

Disculpen la modestia…  Dios les bendiga si les he interrumpido, si les he interrumpido que Dios les bendiga… soy un padre de familia que se ve en la necesidad de vender estas galletas recubiertas de chocolate… sabores tropicales por un euro, el célebre pitagol, el clásico chupachups,  huesitoshuesitoshuesitos… se complica más y más la convivencia de las familias mendicantes en los vagones del metro, y parece un triunfo conseguir que al menos la gente piense que se vaya, dale algo para que pase de largo cuando tres o cuatro ofertas diferentes pululan a lo largo del mismo túnel por entre los pies de los anestesiados, los indiferentes, los oscurecidos. La piara camino del trabajo que se ve asaltada por la banda pordiosera. Yo he sido igual que ustedes, vocifera un hombre de mediana edad agitando ante mi cara un puño envuelto en una venda grisácea. Yo también he sido autónomo como todos estos, dice uno más mayor con rabia incontenible, y he cotizado durante muuuuchos años. Dando traspiés que hacen evidente que calza zapatos desparejos un joven asimétrico gime algo acerca de su mano derecha en la que solo conserva dos dedos en forma de pinza.  La vida da muchas vueltas y hoy me toca estar en este lado, dice casi cantando su partitura la indefinible mujer renegrida, pero mañana pueden ser ustedes, sonríe,  la vida da tantastantas vueltas, yo sin ir más lejos fui maestra de educación infantil, elevando ligeramente el tono, infantil. Y el discreto ser, muy flaco, perfectamente anónimo que vende clinex alargando la x final mientras gira en torno a las barras con la más sencilla y efectiva de las coreografías. / Las huellas. Las huellas en el suelo de los vagones y también en los andenes, en las escaleras que conectan los distintos niveles de luz y de sombra, de ruido y menos ruido, de olor a orines y a sudor y a colonia y a vómito y a goma quemada, los vestigios de algo que ha sido arrastrado metros y metros describiendo un dibujo como de rueda de carro pero de tonos pardos y rojizos, un dibujo que tan pronto corre recto por un pasillo de techo bajo como se ondula aproximándose al vacío de las vías, apartándose justo a tiempo para desaparecer bruscamente ante un cartel que anuncia una línea cortada por obras. El rastro visible de unas huellas de zapato afilado que al cabo se convierten en planta, una sola, de pie desnudo en la proximidad de un túnel que parece engullirlo en su negrura. La estela de algo en parte todavía líquido que expele un fuerte olor a disolvente y que ha sido diseminado en todas direcciones por el ir y venir sonámbulo de los viajeros. Otras marcas que parecen dejadas por cuerpos que se arrastran, de hombres o de grandes animales, o de cosas que son llevadas de aquí para allá en medio de la noche. Es mejor no preguntarse por el origen de todas esas pisadas, surcos y rozaduras, de dónde han salido, de quiénes provienen y qué materiales las conforman, es mejor pasar entre ellas de puntillas para no llevarse a casa en los zapatos ninguna espora de crimen o tristeza. /

Comentarios

  1. Los caminos que transitamos por el mundo subterráneo y paralelo del metro nos pertenecen tanto como nuestras más puras incursiones espirituales, aquellas que, inevitablemente, sentimos revestidas de lo más noble de nosotros e imaginamos en una región "superior", ¿tal vez algo parecido a un cielo por encima nuestro?... Esta es la serena, tranquila, clara lección de la vida: este ámbito, también eres tú. Te toca. Literalmente, te toca. Sus rastros barnizan tus manos, tu cuerpo y el alma que avanza entre barandillas, trenes, pasillos y correspondencias. Desde este mundo que ambos conocemos, un saludo, Antonio.

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