CARMINA O LAS VOCES BAJO TIERRA /4/
Disculpen
la modestia… Dios les bendiga si les he
interrumpido, si les he interrumpido que Dios les bendiga… soy un padre de
familia que se ve en la necesidad de vender estas galletas recubiertas de
chocolate… sabores tropicales por un euro, el célebre pitagol, el clásico
chupachups, huesitoshuesitoshuesitos… se complica más y más la convivencia de las familias mendicantes en los
vagones del metro, y parece un triunfo conseguir que al menos la gente piense que se vaya, dale algo para que pase de largo cuando tres o cuatro ofertas diferentes pululan a lo largo del mismo túnel por entre los pies de los
anestesiados, los indiferentes, los oscurecidos. La piara camino del trabajo
que se ve asaltada por la banda pordiosera. Yo he sido igual que ustedes, vocifera
un hombre de mediana edad agitando ante mi cara un puño envuelto en una venda
grisácea. Yo también he sido autónomo como todos estos, dice uno más mayor con
rabia incontenible, y he cotizado durante muuuuchos años. Dando traspiés que
hacen evidente que calza zapatos desparejos un joven asimétrico gime algo
acerca de su mano derecha en la que solo conserva dos dedos en forma de
pinza. La vida da muchas vueltas y hoy
me toca estar en este lado, dice casi cantando su partitura la indefinible
mujer renegrida, pero mañana pueden ser ustedes, sonríe, la vida da tantastantas vueltas, yo sin ir más
lejos fui maestra de educación infantil, elevando ligeramente el tono, infantil.
Y el discreto ser, muy flaco, perfectamente anónimo que vende clinex alargando
la x final mientras gira en torno a las barras con la más sencilla y efectiva
de las coreografías. / Las huellas. Las huellas en el suelo de los vagones y
también en los andenes, en las escaleras que conectan los distintos niveles de
luz y de sombra, de ruido y menos ruido, de olor a orines y a sudor y a colonia
y a vómito y a goma quemada, los vestigios de algo que ha sido arrastrado
metros y metros describiendo un dibujo como de rueda de carro pero de tonos
pardos y rojizos, un dibujo que tan pronto corre recto por un pasillo de techo
bajo como se ondula aproximándose al vacío de las vías, apartándose justo a
tiempo para desaparecer bruscamente ante un cartel que anuncia una línea
cortada por obras. El rastro visible de unas huellas de zapato afilado que al
cabo se convierten en planta, una sola, de pie desnudo en la proximidad de un
túnel que parece engullirlo en su negrura. La estela de algo en parte todavía
líquido que expele un fuerte olor a disolvente y que ha sido diseminado en
todas direcciones por el ir y venir sonámbulo de los viajeros. Otras marcas que
parecen dejadas por cuerpos que se arrastran, de hombres o de grandes animales,
o de cosas que son llevadas de aquí para allá en medio de la noche. Es
mejor no preguntarse por el origen de todas esas pisadas, surcos y rozaduras,
de dónde han salido, de quiénes provienen y qué materiales las conforman, es mejor
pasar entre ellas de puntillas para no llevarse a casa en los zapatos ninguna
espora de crimen o tristeza. /
Los caminos que transitamos por el mundo subterráneo y paralelo del metro nos pertenecen tanto como nuestras más puras incursiones espirituales, aquellas que, inevitablemente, sentimos revestidas de lo más noble de nosotros e imaginamos en una región "superior", ¿tal vez algo parecido a un cielo por encima nuestro?... Esta es la serena, tranquila, clara lección de la vida: este ámbito, también eres tú. Te toca. Literalmente, te toca. Sus rastros barnizan tus manos, tu cuerpo y el alma que avanza entre barandillas, trenes, pasillos y correspondencias. Desde este mundo que ambos conocemos, un saludo, Antonio.
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