CARMINA O LAS VOCES BAJO TIERRA /1/

                                                          

Carmina o las voces bajo tierra. 
Antonio Santamaría Solís

He visto al diablo. Carmina saliendo de la tumba con la cara llena de ceniza. La reconciliación en el sueño, ante las hijas. El calor asfixiante en el cementerio, el mausoleo, el entierro, las voces de las almas perdidas bajo tierra, en lo más profundo de nuestras conciencias. Su pelo castaño rozándome el brazo. Aquella joven sentada junto a mí en el vagón de metro y la suciedad de las calles en la ciudad estival evocadora de otras noches del pasado.  El tiempo perdido en los túneles del metro, el tiempo recobrado en la barra de los bares.  He visto al diablo, comienza el texto del relato, he visto al diablo en la nebulosa de los bares de Atocha. Estaciones imposibles del metro de Madrid… montelimarniza-avignoncoñac-absentamuertenacimiento… el tiempo se borra, las notas escritas sobre el papel se borran igual que el tiempo cuando las gotas de sudor caen sobre la cuadrícula del cuaderno. / He visto al diablo, unas veces con gesto de espanto otras con aire de cansancio, irónico, siempre los ojos vidriosos por el alcohol. El diablo se espanta y se hastía de sí mismo, eso está en su naturaleza. Las voces bajo tierra, los esforzados empleados de la funeraria con los dos o tres vecinos más valientes, el alguacil borracho, todos sudorosos blasfemando en la oscuridad de la cripta bajo los pies del cura. El Padre Imperturbable, con los ropajes rozando el terrazo mugriento y arruinado, Carmina duerme, Carmina descansa ya muy cerca de los suyos, Carmina sueña con nosotros desde el cielo. Damocles balancea su espada de ciprés sobre nuestras cabezas, Carmina, y tú con la cara untada de ceniza. / De forma permanente esa música dentro de mí, la boca pastosa anfetamina, un vértigo furioso temblando en el párpado izquierdo  en el labio inferior en las pupilas, alternándose en los dedos, consecuencias perversas de la caridad blanca, occidental, puramente accidental, esta gente arrasada que pide justicia equivocando siempre el objetivo, reclaman justicia al débil porque es lo único asequible, mi angustia, mi desidia, mi impacienciarabiamiedo.  Es lo que hay, rubios o negros, somos así asegura el viejo sentado junto a mí en el vagón atestado, así, la piel llena de pliegues insoportables aunque necesarios, las axilas, las corvas la papada bajo la barbilla, pliegues y más pliegues que engranan un brazo con el resto, un tobillo con el pie y éste, a medias contenido en la sandalia, plegando y extendiendo dedos dedos y dedos. En esas dobleces del cuerpo, entre sus rugosidades, es más fácil que proliferen los hongos, la piel enrojece, se desescama y muere. Por eso en muchos de aquellos cuerpos solo quedan ya hendiduras, montículos y cicatrices. / Los cristales ahumados de las gafas me separan del mundo de una forma intolerable. Cómo me abruma este olor a orines que desprende mi ciudad. Carmina duerme, Carmina sueña desde el cielo con nosotros. Esa música como un continuo clamor dentro de mi cabeza. Busco el relato real y duro, las palabras de las personas auténticas que habitan entre la vida y la muerte, una mala traducción, una traducción para salir del paso en un vagón de metro, la correspondencia de las miserias del mundo cotidiano, a toda velocidad recorriendo el túnel, vibrante, borracho de experiencias prestadas de los beatniks neoyorquinos, de los eternos vagabundos de la frontera interior, quiero acercarme a los secretos detalles de lo real, de tu auténtica existencia no diluida ni oscurecida por la ficción. Cierro comillas. La ficción es un lodazal, un charco de fondo dudoso donde se reflejan, en las hermosas manchas irisadas de los vertidos de gasoil todas las historias inventadas por la retorcida conciencia de la literatura universal. / Ale Hop. Triple salto mortal. De improviso mi vieja madre me habla de su cuidadora, la mujer del mago, divorciada, harta de ser aserrada una y mil veces dentro de cajones de doble fondo, atravesada con sables y cuchillos en el interior de grandes cestas y tinajas, y engañada siempre, antes, durante y después de cada función con todo tipo de mujeres, grandes bielorrusas y pequeñas moldavas, contorsionistas negras, equilibristas amarillas, las gemelas enanas domadoras de caniches, la mujer cañón y la melancólica bailarina coja… todo un circo pasado por la piedra, nunca se había visto tanta necesidad de invención, ficción de ficciones, lo más alejado de los secretos detalles de lo real, de la auténtica existencia no diluida ni oscurecida por, precisamente, la ficción./*


*Mi gratitud a Peter Carlesi, cuyas observaciones a propósito del binomio realidad-ficción –en negrita en el texto- vertidas en su libro Remnants, Letters and Emails 1983-2007 (Lonesome Traveler Press, Madrid 2018) me han sugerido la presente interpretación en castellano. 


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