CARMINA O LAS VOCES BAJO TIERRA /2/



Antonio Santamaría Solís

En agosto el metro de Madrid se convierte en algo muy extraño, un espectáculo permanente, el más grande del mundo, una extraordinaria función de circo con payasos, malabaristas, bestias amaestradas y algún que otro maestro de ceremonias. Por regla general el mismo público es también el protagonista. Uno intenta aislarse, respirar solo la propia nada, dejar que el torrente interno le transporte lejos de todo, espacio y tiempo, aferrada la mano inerte a la barra cromada, abandonada allí mientras tanto personaje bufo brinca alrededor como en una función de pulgas. Ya en el entierro de Carmina experimenté esa música interior, como una vocecita que viene de muy lejos y va creciendo, creciendo para tapar los otros sonidos, tan groseros, las cosas del mundo de las bestias que fingen ser hombres y vivir una experiencia humana. Y es así como, alcanzado ese estado de extrañamiento de uno mismo, sucede que una burbuja se desprende del fondo del pantano, como un ojo blanco y ciego en busca de la luz sube, sube y sube girando, asciende desde la quietud abisal más remota cruzando los distintos estados de la conciencia hasta que por fin, al atravesar la fina, mínima membrana de la superficie acuática bellamente aceitada, al entrar en contacto con el aire frío, transparente, ligeramente azul e intensamente bello, en ese preciso instante ¡plop! estalla derramando su poética nada esencial, su jugo amniótico, los secretos de su, hasta ese momento, no diluida ni oscurecida realidad. Y así el ojo substantivo mutado en globo ficcional tras ese único y definitivo parpadeo bajo la ferocidad del sol, ingresa en el ruidoso universo sobre iluminado de la irrealidad fingida como certeza. Ciego, irrebatiblemente ciego. En lo más profundo de nuestras conciencias. / Los bares siempre han sido una escena teatral. Ahora más que nunca los bares son un escenario monstruoso lleno de pésimos actores, esos jóvenes histriónicos, se diría adolescentes travestidos en seres adultos con sus barbas cónicas demasiado grandes para ser creíbles en cabezas tan pequeñas, repiten gestos que evidentemente no son suyos vislumbrados en documentos de filmoteca hurtados a maestros de facultad medio muertos demasiado viejos para enseñar ya nada, pero lo peor, lo más exasperante es su forma de hablar, incontinencia verbal bajo la que el último examen de literatura el penúltimo libro robado la muerte del padre  las vacaciones el futbol argentino la rodilla de Clara la música y las drogas, se convierten  en un extraño discurso plagado de lamentos psicosociológicos expresados bajo el signo de la interjección. Es como si todo hubiera sido desgajado de su lejano contexto y arrojado allí, sobre el escenario del bar con la intención de componer una experiencia performática de la que nada ni nadie pudiera escapar. / La piel enrojece, se desescama y muere. Yo no sé quién ha sido Carmina, qué lugar ha ocupado o qué ha podido significar para nosotros. En el sueño su cara aparece tiznada de ceniza. Surge del fondo de la pantalla, se podría decir, y avanza con los ojos terribles, muy abiertos hasta ocupar el primer plano. Entonces ya es tarde para apartarse, Carmina se ha metido dentro de ti. Me miro en el espejo y no me reconozco. Agito los brazos en un intento absurdo por espantar  mi reflejo, pero aquel otro me mira con aire enterado y tuerce la boca,  eso es todo. Me escondo bajo las sábanas pero la tormenta lo inflama todo a mi alrededor, mi mundo arde en una luz blanca y azul. Despierto con un intenso dolor en el pecho. / 

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