CARMINA O LAS VOCES BAJO TIERRA /6/

                          

                                                     
Antonio Santamaría Solís

La ciudad de nichos, en el cementerio. La secuencia de muertes es siempre, parece siempre, dramática. Una escalera implacable de peldaños desiguales gaudenciovalentínconcepciónpaulina, antonioeugeniocesariadamián precipitándose en el absoluto, etcétera por los siglos de los siglos. A pesar del paso de los años sigo viendo ante mí, cuando cierro los ojos, la estela del odiado Camus en Tipasa, y escucho la voz de aquel camarero del destartalado complejo turístico en el que los desdichados poetas invitados a la bienal fantasma nos alojábamos: Camus era un fascista. De nada servían mis patéticas protestas.  Las inmensas sabinas coaguladas se aferraban al acantilado como girones de viento inmóvil,  agotado. El derecho a amar sin medida. Y nosotros pálidos como espectros. Han pasado treinta años y en contra de todo lo previsto hemos recuperado algo de color y de movimiento. Pero Tipasa sigue siendo un lugar arrasado por la luz. El último de los lugares. Y el extranjero, muerto y enterrado hace tanto tiempo, en su comprensión in extremis de lo que es la gloria. Creo que ya es tarde para echarse a un lado, Carmina se ha precipitado ciegamente en mi interior. / Voces soterradas, murmullos, susurros, agónico ronquido de la garganta llena de tierra apelmazada. Y golpes sordos que remachan, el hueso índice repicando sobre el tablero ataúd o mesa de despacho. Agrio combate en el salón de plenos, grosero ayuntamiento. El pueblo se revuelve, desde abajo, la tierra recientemente removida conmovida, convulsión que martillea  os parietale,  los nombres comunes perdidos en el sueño ayunta-miento cuando el homo politicus se desliza, atado de billetes, burla burlando bajo la mesa de lo recién muerto.Y en un largo etcétera por los siglos de los siglos, amén. /Quisiera escucharlo todo a través de los huesos de mi cráneo, todo lo articularían entonces mis labios pero no como los labios de dios sino como los de un lector de la naturaleza, aquél que manifiesta con su propia voz los misterios que le conforman desde sí mismo resonando en su bóveda mundana, cabeza que descansa bajo la piedra de la cripta celeste junto al excremento de ratón y los infinitos huevos de araña. Es la ilusión de lo que todavía no ha muerto y se sueña tumbado sin embargo entre la muerte, separado por la fina mampostería del nicho de los que en verdad son cadáveres y no son nada, por lo tanto tampoco voz sino desfigurado recuerdo de voz, un simulacro de la memoria del que sueña temiendo no despertar. Estar en lo cierto y no despertar. Estar en lo cierto y descubrir que la muerte es esto, un ser de huesos echado en una mortaja desleída. Un ser sin ser. /









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