TEJE
Jose Criado
Teje la doncella bostoniana, la trama por entre la urdimbre. Teje para destejer Aracne Columbia, dos hilos impares, sencillo, es tafetán. Piensa en silencio que si se pronuncia una palabra, las otras quedan empeñadas y el silencio se llena de las palabras no dichas. Teje y desteje, par impar para la trama, par e impar para la urdimbre, es tafetán. Piensa que si pronuncia una palabra, las otras han de perseguirla en silencio. Y se recrimina, muda, por no pronunciar una palabra. La chica del bar dobla las servilletas para el servicio con esmero junto a la puerta del bar, lleva una flecha de plomo y otra de oro en el flequillo. Teje Aracne, dobla Julia. Piensa Julia que si dice una palabra se hallará comprometida por todas aquellas que han de decirle, y calla, recriminándose, su cobardía. Dos hilos por debajo, dos hilos por encima Aracne fabrica, en ordenadas y abscisas, el campo de batalla de una ecuación infinita. Ha hablado de los dioses y sus engaños y ha sido castigada por su osadía, calla. Y teje su lienzo vacío.
Por el lado de las cosas que no tiene sentido
la doncella bostoniana dobla las servilletas de lino color mostaza, con el
reojo puesto en el individuo de negro impoluto, un poco molesta de que no la
mire. Tendría que a hablar con Rory sobre el asunto. Otra vez. Pero cuanto más
claras tiene las cosas, más piensa en argumentos repetitivos. O lo toma o lo
deja, le han dicho. Forma un pájaro con la servilleta, lo posa sobre el mantel
y le sopla el hálito divino. La servilleta vuela lejos, pero desgraciadamente,
cerca de su destino, se deshace en hilos.
Y Aracne, con sus ovillos de colores
resplandecientes, piensa en al teoría de cuerdas y dobla su hilo, cuatro hilos,
impar. Tafetán de lustre. Arriba y abajo, piensa en una onda, en ganancias y
perdida de energía. Las cosas no son tan fáciles, suspira. A su lado hay una
jarra de cristal con agua, al lado de este, un vaso sencillo. Bebe y suspira
mirando el bastidor vacío: a través de el un suelo de tierra y un espejo de
turistas. Si pudiera salir del cuadro de Velázquez pisaría ese mármol delicioso
del museo con los pies desnudos. Ahora coloca un hilo más grueso y basto, de
lino color índigo y elige un amarillo fino, de seda, para la trama...
La chica del bar ha acabado con las
servilletas.
El señor de negro se ha ido.
Entra Harry, su mesa preferida esta vacía,
saluda.
Acabadas las fórmulas de cortesía, Harry ordena
una copa de vino, godello y, después de ojear la carta pide el "RR Ranc NY
striploin Steak" saca el teléfono y las gafas, tira de facebook.
No hay mucha gente, es lunes. Hay una mesa,
entre las que enfrentan la barra, que esta un poco más vacía.
Aracne, que no ha visto el cuadro de Veronés
"Aracne o la dialettica" no sospecha que es espiral el asunto pero,
modesta en su segunda vida, teje inadvertidamente el Rothko que le inducirá a
este al suicidio. Su hilo más fino lo reserva para otros fines, piensa en
componer, en medio del tafetán, un delicado rectángulo de satén, o un tejido
plano, de color sutil, o quizás vacío, eso no puede ofender a los dioses, se
pregunta y adivina, en el silencio, la respuesta multiplicándose muda. Desiste.
Harry toma una foto del plato para mandársela a
Michel, hace tiempo que no le ve, atento a la visita reciente del padre de uno
de sus alumnos predilectos. En la foto, detrás de la mesa, frente a la vitrina
baja, celada por cortinas, aparece la pierna de un individuo.
Desde la mesa vacía le hacen señas.
El señor de negro ha dejado allí una pregunta.
Según la hipótesis de la censura cósmica de
Penrose, una singularidad desnuda...
Teje Penélope el sudario de Laertes, y lo
desteje, por la noche, a hurtadillas.
Teje Aracne fuera del horizonte de eventos, en
la parte externa, una delicada figura, en un espacio de Kerr extremo esto
significa algo baladí, es el interno el que le preocupa a alguien que todavía
no ha llegado, o mejor dicho, que no quiere estar allí todavía. En eso estaría
de acuerdo, casi seguro.
La camarera, un poco distraída con el servicio,
tira una cucharilla de plata sobre el suelo pulido.
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