LOS DÍAS /3/






día quince
De forma escueta ha llegado hoy la noticia de su muerte, se fue de madrugada. Las mareas vivas han abierto la puerta, también la luna llena precipita a menudo las cosas y decide lo que ingenuamente creíamos que estaba aún por decidir. Cómo habrá sido ese momento suyo, con seguridad el único instante que de verdad nos pertenece y en el que, quizás es la única certeza en torno a este asunto, estamos solos. Lo más difícil debe ser soltarse de la mano y caminar, o caer, o elevarse. O reptar. O ser arrastrados por una resaca ¿interminable? Pero solos. Antes de ser engendrados ya nos acompañan los deseos de aquellos que nos quieren aquí como esperanza o juguete, como ser moldeable, administrable, querible, proyectable… Luego sumidos en el jugo amniótico escuchamos voces, pequeñas vibraciones que sacuden el agua en forma de caricias nos llegan desde el mundo, y buenos deseos, y palabras bonitas, música de Mozart, susurros maternos y más proyectos que dibujan la existencia como una casa amable pintada de blanco y azul, una casa dedicada enteramente al diseño y construcción de nuestro ser futuro. Nos sentimos protegidos por la ley del humo del tabaco, y del alcohol. Probablemente nos sentimos bien. Después son las manos de la matrona, el pecho de mamá, el aliento de los hombres, los ladridos de los perros, los primeros pájaros en atravesar el cielo recién descubierto, esa cosa extraña. Y el estar tumbados en un lugar aséptico aprisionados por el aire, doloridos por la luz, una sensación nueva que pronto identificaremos con el desamparo. El lapso que sigue más o menos largo, liso o curvado, anodino, sabroso, ligero o abultado, agradable o doloroso, esa vida nunca correspondida con el diseño inicial transcurre en medio de los otros hasta que llega la muerte y nos vemos arrastrados, pero solos. Solosolosolos. Cómo será ese alejarse, me pregunto. Cómo habrá sido el suyo /







día dieciséis
En el sueño, primero hay que atravesar la zona bombardeada  cada uno por sus propios medios lo que supone una experiencia atroz. El castigo infligido por la tierra sobre sus pobladores ha sido devastador, la tierra ahora no se deja pisar erizada de aa negra y cortante. La tierra ahora apenas se deja mirar. No hay casi nada que oler ahora sobre la tierra y el sonido expresado por la tierra, ahora, es el eco de un estertor mantenido en el tiempo que dura ya trescientos años. Pocos pájaros sobrevuelan esa ruina. Allí vive uno que come muertos. Nos han hablado de un lagarto y de insectos diminutos.  Cuando pensamos que por fin hemos llegado al punto de no retorno nos indican sin embargo que la excursión comienza ya, en ese sitio. La mañana exuda una luz gris que lo impregna todo y nuestros rostros, los cabellos y la ropa que vestimos parecen tiznados de ceniza. Quienes han recorrido ya una vez ese camino aseguran que de este agujero se regresa, se despierta del mal sueño, aunque nunca indemnes, la organización se encarga de que el viaje sea didáctico y seguro.  Virgilio conduce un autobús blanco con el nombre de la empresa rotulado en veloz caligrafía de grandes caracteres oscuros. El pasaje guarda un silencio inusitado mientras el vehículo se pone en marcha elevándose en zigzag por la estrecha franja asfaltada. Enigmática coreografía, unos autobuses comienzan a rodar –amarillosverdesrojos, algunos dorados, color cobre, violáceos- otros ya regresan apesadumbrados en una suerte de flujo extraño y febril. En el sueño, siempre abismalmente separados los vemos en la distancia como animales fantasma  bordeando cráteres entre campos de lava, islotes, hornos, merodeando por las estrechas gargantas de escorias y taludes rojos, derrumbados. Pocos pájaros sobrevuelan esa ruina. Allí vive uno que come muertos.  El espectro se turna para relatarnos la tragedia en diversas lenguas imitando voces, timbres diferentes, giros arcaicos y lejanos que cada uno entiende a su manera. Somos muchos muy distintos, blancos y cetrinos, espigados, rubios, rojizos, achaparrados, de tez nublada o muslos inflamados por la ferocidad del sol, con los ojos muy abiertos o entornados, los labios mostrando en una rendija los dientes apretados, esperando que la tierra tiemble. La tierra, que ya no se deja pisar ni oler ni mirar. La tierra, que apenas se deja habitar. Estos montes derrumbados guardan silencio. Y cuando a su vez Zaratustra enmudece el autobús se detiene en la alta explanada ante la puerta del bar, junto a los retretes y la tienda de recuerdos. Despertamos, ya despunta el día. Aun así, cerramos los ojos y volvemos a atrapar el sueño. La mañana exuda una luz gris que lo impregna todo y nuestros rostros, los cabellos y la ropa que vestimos parecen tiznados de ceniza. Pocos pájaros sobrevuelan esa ruina. Nos han hablado de un lagarto y de insectos diminutos. Allí, dicen, vive uno que devora muertos. El pasaje guarda un silencio incómodo mientras el vehículo se pone en marcha… /








día diecisiete
¿Cómo piensas que te ha afectado la visita a los volcanes? Esa experiencia, los colores de la tierra, las piedras… para ti no es una experiencia que marque directamente… / El negro siempre ha estado en mi trabajo, pero no por los volcanes, no porque piense en ellos. La experiencia de los volcanes me ha sobrecogido, la destrucción, ese paisaje donde nada sobrevive, los líquenes, ese paisaje tan duro… bueno, en uno de esos trabajos sobre papel “ingres” sí hay un  trocito de algo negro en el suelo, pero no pretendo acercarlo a esa experiencia… de todas formas ahora me interesa más el trabajo con las plantas, desde el origami, pues está más cerca a la geometría de la naturaleza que a lo caótico de los campos de lavas… / Sí, parece casi lo contrario a una arquitectura ordenada… / En estos papeles no puedo meter materias como arena o piedra, algo que lo haga todo tan pesado, pero lo que no descarto es que esas piedras volcánicas tan porosas puedan aparecer como formas, quizás, pero igual que introduzco un cactus… esta tarde, por ejemplo, que estuve haciendo un cactus con su sombra muy negra marcada en el suelo… de pronto me hizo pensar más bien en un insecto, una mantis, porque esas sombras sobre la tierra, demasiado rígidas, tan marcadas, tan intensas evocan más bien… cosas así enseñan que la misma obra va diciendo lo que necesita… y te das cuenta de que te debes soltar más, estar menos preocupada por la “veracidad” de lo representado… / Si es que se puede decir que se esté representando algo… / El viento es feroz en los últimos días, una voz extrañamente ronca llama desde fuera, insistente, como un hombre viejo que venga del pasado, pero hay otras, como gritos de animales que se enroscan en el patio girando y girando hasta que de repente saltan afuera, desaparecen, persiguiéndose entre sí /  Cuanto más suelta está la línea, más abierta… y si se hacen fotografías éstas son solo referencias. Es más importante dar la vuelta, ver, añadir otras sombras… en cualquier caso hoy me pareció más lógico encontrar ahí ese insecto que no una piedra de lava… / La verdad es que en estos días, bajo la influencia de tu trabajo, estoy “apreciando” las geometrías, por ejemplo en el mar, en apariencia tan caótico… ayer, esas olas impresionantes… existe una cadencia, hay una estructura… / Las moléculas… /  Ya, parece que el caos tiene su estructura definida. ¿Lo haría esto predecible? En el fondo espero que no… / El mar de lava, esa superficie intransitable… bueno, es un tema para reflexionar. Y también está el juego… / Lejos de cansarse sigue el viento dando vueltas y vueltas enredando las palmeras. Con un grito bronco ha abierto de golpe la ventana del dormitorio y ha llegado hasta el salón, asomando un hocico invisible, puntiagudo. Se ha retirado enseguida, corriendo detrás de sí mismo, devorando los solitarios fanales que bordean la piscina, unos labios negros que chasquean escupiendo  la palabra noche./

 





día dieciocho
Cuando empecé la otra noche a pintar aquél acrílico, mientras lo hacía pensaba, qué aburrido, es todo tan previsible… ¿por qué voy a querer yo llevar esta fotografía a un cuadro? Si la fotografía ya existe… Esa preocupación por la exactitud… para mí es demasiado automático, es algo tan anecdótico. Es bastante tonto, estéril, incluso, intentar reproducir con otros medios lo que ya está bien hecho. Con la pintura, otra pintura, con la acuarela no me pasa esto, me encuentro en un terreno más libre, me sirvo de elementos, los saco de su contexto, los utilizo, los pongo  en otra superficie y empiezo a construir allí cosas que me remiten incluso a “otros mundos”… / ¿Otros mundos...? / Sí, bueno, crean otro ambiente, es algo más cerebral… también puede ser sentimental, por los colores, por las formas, pero lo bonito es que un cactus puede ser otra cosa, tiene de pronto la posibilidad de ser “más” de lo que es en nuestro mundo real… / El ruido. El ruido es un elemento indisociable de nuestras vidas… norwegian pasa rasando las azoteas del Hotel B, con toda seguridad el complejo más decadente de la isla y el que cuenta con el mayor parque móvil de sillas de ruedas del archipiélago. Aprovechamos para llenar los vasos y enviar un afectuoso saludo a la tripulación737 procedente de Gatwick –Londres- / En cuanto a los papeles chinos, entre los “Falter”, es decir, las mariposas y los cactus… las similitudes están en esa geometría, en ese plegado y desplegado, pero por otro lado también se puede ver que la fragilidad del ala de una mariposa… es una cuestión… sin embargo el cactus como ser, como elemento tiene otra presencia / Sí, incluso una presencia que puede ser hostil, no es tan ligero, en apariencia… / No tiene esa fragilidad pero lo interesante es que el papel, el papel chino es ideal por su tamaño, alargado en extremo, ideal para expresar esa verticalidad del cactus, y también cómo se trabaja este papel, que es en cierta manera muy “poroso”, chupa mucho la tinta, las líneas finas con el pincel muy fino y más bien seco… / El papel define el trazo…/ En un principio se podría pensar que es contradictorio, utilizar el mismo soporte para trabajar la ligereza de las mariposas y también estas plantas que, al fin y al cabo son seres que… tienen raíces… no vuelan… / Mientras pronuncio estas palabras vuelven a mí las preciosas imágenes de las esbeltas plantas del jardín de cactus escalando sobre sí mismas en el aire, ascendiendo hacia la luz clara de una mañana inusitadamente fresca; frágiles, livianos, bellamente delineados cactus que vuelan hacia el cenit desmintiendo una observación hecha a la ligera. /  





día diecinueve
Vivir sumergido en el color turquesa, pensaba semihundido, flotando entre el placer y la duda de si realmente podría yo habitar un olor, una forma, una textura como aquellas, instalado de manera permanente en esa circunstancia, semidesnudo y acariciado por el sol, escenario nebuloso aunque sumamente agradable: p-i-s-c-i-n-a. / Desearía que fuera ésta mi temporada en el infierno, he pensado esta mañana al abrir los ojos. Pensamiento absurdo que he desechado de inmediato dándome vuelta en la cama y mirando el sol que juega en las cortinas. Huele el mar. Si no sopla muy fuerte el viento cogeré la bicicleta… / El hombremáquina  pasa junto a ti cortando el agua con sus manoplas diseñadas para la alta competición. El hombremáquina lleva un gorro de neopreno, gafas especiales y un tubo que le permite no sacar la cabeza a la superficie y evitar así todo remordimiento. El  hombremáquina se unta el cuerpo con un lubricante deportivo para parecerse más a un pez. El hombremáquina no nada, desmenuza el agua con precisión, es un ser que se siente tremendamente solo, piensas mientras subes las escalerillas camino de tu hamaca para frotarte la cabeza con la toalla, deshacerte de paso de  tanta melancolía. / Durante el desayuno intercambiamos sueños. De forma tácita nuestros subconscientes se van turnando en la elaboración de los escenarios  más extravagantes, de las contingencias más extrañas y arriesgadas. La otra mañana fue tu escolopendra, una picadura mortal que comenzaba ya a paralizarte el corazón cuando por suerte despertaste… ayer aquel ser diminuto que me llevaba de la mano por las calles blancas de la isla a una velocidad vertiginosa, no sé si vas a poderlo soportar, y guiñaba unos ojos verdes que al despertar reconocí como los míos. Hoy me has regalado la luz que flotaba en tu sueño sobre el mar, era sobrenatural, me has dicho, y tus ojos seguían bañados por esa aurora prodigiosa, cargada de presagios. /



  


día veinte
Descripción del placer. Vagar por ese jardín sin sombra, sin aromas. La presencia mística ha sido desterrada y queda la carne rotunda, desnuda, una piel tan suave que quisiera abandonarme a sus agujas. Caminar en silencio para no despertarlas, a tientas bajo el sol que dentro del recinto ha suavizado su dureza. Alguna flor comienza a despuntar pero hemos tenido suerte al encontrarlo todo como en sueños, cuando se inflame será tan diferente… Ahora lo prefiero así, detenido, como el paisaje en el que se encuentra confinado, los volcanes mudos vigilan desde la altura su círculo de piedras. Caminar y mirarnos en silencio pisando la roca negra que absorbe nuestros pasos. No hay huellas, una región tan desnuda que ni siquiera proyecta sombra sobre el mundo. / Recuerdas el milagro… descendíamos los peldaños que comunican la terraza con el interior del edificio cuando de improviso apareció ante nuestros ojos flotando en su vacío el cactus cristalino y erecto, gravitando como alma de escalera. En un relámpago fuimos alcanzados por  esa presencia poderosa, luminosa b-o-u-r-g-e-o-i-s, quise.  Bajamos entonces muy despacio, palpando como ciegos… de la luz a la penumbra habíamos penetrado en ese “agradable aspecto” al mediodía, el bar espacioso, cómodo y limpio, silencioso,  que generaba desde sí un equilibrio perfecto. Una pasión serena. Aliviados del sol nos sentamos como niños a beber cerveza rubia de la isla. Beberbeber… Y hablar de sorbo en sorbo  quedamente. Y observar cómo el espacio generoso se desdobla, se multiplica sin ansiedad en los cristales que fundamentan la barra, en la tripa de las copas, en las lámparasgarrafas que iluminan ese firmamento nítido, en las maderas del suelo, de los sillones, de las mesas.  Y en los gestos sobrios, contenidos, del taciturno misionero encargado de administrar tanta pureza./  





día veintiuno
Érase una vez un caballo sin cabeza. Perdido, trotaba sin rumbo adentrándose más y más en el bosque, sin ver, sin oír nada, sin saber y sin pensar, sin imaginar siquiera que acaso estaría muerto. Mientras él se alejaba cada vez más su cabeza estaba echada sobre la tabla del carnicero. Al lado de la cabeza del caballo se encontraba el cuerpo de un conejo. El cuerpo no sabía nada, no recordaba porque no tenía cabeza para recordar. Su cabeza había quedado atrapada en el cepo de un cazador y allí continuaba, en el profundo bosque chillando quedamente entre los dientes del cepo, mirando espantada la oscuridad que crecía a su alrededor y sin poder escapar porque no tenía cuerpo para intentarlo. Mientras tanto sobre la tabla del carnicero la cabeza del caballo ya había sido desollada, aunque continuaba viva gracias a que se trataba de una cabeza que estaba siendo soñada. Vivía y gesticulaba estirándose, acercándose de esta manera a su compañero de penurias, el cuerpo del conejo despellejado que también se movía sin ver y sin saber, pero aún vivo porque formaba parte de algún sueño. Así llegó un momento en el que la cabeza del caballo y el cuerpo del conejo se encontraron sin decir palabra, uniéndose la una con él otro y, sin que el carnicero pudiera evitarlo con su cuchillo huyeron de un salto, velozmente como saben hacerlo los conejos. La cabeza recordaba un camino sombrío que se adentraba en un bosque, pues los caballos tienen memoria aunque es una clase de memoria que nada tiene que ver con la del hombre. El hombre acaricia la frente del caballo, le da un terrón de azúcar y en cuanto éste se confía porque se siente amado, zas, le corta la cabeza para venderlo como carne. El conejo ni siquiera tiene la experiencia del falso amor de los hombres, o lo engordan en una granja donde comparte pulgas con sus cientos de hermanos o le persiguen a tiros por el monte. Pero aquellos dos que ahora eran uno, entre saltos y relinchos llegaron a un calvero donde nacía un arroyo y a donde había acudido el cuerpo del caballo, que quería beber pero no sabía cómo, pues lo había olvidado al no tener cabeza. Justo enfrente, entre unos matojos donde el cazador había escondido su cepo la cabeza del conejo chillaba llamando al caballo, que no le podía oír sin orejas…  Viendo esta situación y felices de encontrar sus respectivos despojos cabeza y cuerpo se separaron para buscar lo que de verdad eran, reencontrar al fin sus naturalezas… / Habías despertado, me dijiste, con la amarga sensación de que al irrumpir la vigilia en la fábula soñada ésta se había deshecho como una pompa de jabón, y por lo tanto aquellos seres que se creían ya salvados  habrían perecido en el instante en el que tus ojos, deslumbrados aún por la luz del sueño, se habían abierto a la realidad de la mañana…/  










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