CARMINA O LAS VOCES BAJO TIERRA /9/
Antonio Santamaría Solís
Yo
con mis uñas negras, mis ojitos pequeños, legañosos, mi dolor de espalda, mis
rodillas. Los bronquios atascados. La lúnula grisácea contrasta con el reborde
ennegrecido por la vida, en lo más profundo de nuestras conciencias. Estos
dedos abren ese libro encontrado en la basura en el momento penoso si los hay en que sobre lo que llamamos nuestro
hemisferio el sol alcanza su máximo encarnizamiento y la claridad ártica viene
a mearse sobre nuestras noches, así Molloy en su metamorfosis, un golpe significaba sí, dos no, tres no sé,
cuatro dinero, cinco adiós. Adiós,
Carmina, en este día me entrego por entero al olvido. / Este sol que calienta
mis rodillas y mis pies pero solo mis rodillas y mis pies mientras estoy
sentado apaciblemente en este banco -yo,
que siempre he venerado los deshechos- este sol girará de forma inevitable para
encender mis muslos genitales el ombligo, cuando yo lo quisiera solamente en
los pies y en las rodillas, este sol –yo lo nombro así porque siempre he
venerado los deshechos- que minuto a minuto avanza escalando mi cuerpo apaciblemente abandonado sobre el banco
el estómago, el pecho mi barbilla, mis ojos, por fin también la frente
arrojándome del placer sombrío donde me encontraba hacia esa luz cruda que
parece obligada a nombrarlo todo, a evidenciarlo todo, a desnudarnos, cuando
tan abrigados por la sombra estábamos. / Este libro encontrado entre los
escombros, este atado de papeles untados en grasa que leo bajo la luz
silenciosa y ciega: mientras leo este libro se desmorona; adiós... aún así
consigo salvar para mí una o dos frases, dos palabras que a partir de ahora me
definen y que oculto de la intemperie bajo mi axila como cueva. Sótano,
refugio. Solo dos palabras, esto queda de mí en este atardecer de
noviembre. / Me miro a mí mismo al despertar, en el espejo del baño: en el
sueño, mis intenciones protectoras eran oscuras. Pero el sujeto soñado ya no lo
recuerdo, carne blanca y tibia latiendo contra mi mejilla, y ese afán terrible,
inexplicable, de que nadie sepa nada, nunca nada, al besar aquello solo quedaba
arena entre los labios. / Las voces de las almas perdidas bajo tierra, un golpe significaba sí dos no, el calor
sofocante en el cementerio, tres no sé
cuatro dinero, Carmina, he visto al diablo sentado sobre tu tumba con la
cara llena de ceniza, cinco adiós, adiós.
/ Me miro a mí mismo reflejado en la pantalla oscura de la noche, la
ventana de mi escritorio sobre el río: este hecho me sobrecoge: en efecto, en
esta noche no hay ventana, no hay río, el escritorio, primitivo, cabe dentro de
la palma de mi mano. ¿Estaré muerto, habré muerto, al fin y al cabo? La bondad
de esta muerte me conmueve, mi cráneo, desprendido, se balancea un momento
antes de precipitarse en lo negro negro el adiós adiós la frontera frontera, límite del más allá, rueda que rueda pendiente abajo hacia un encuentro
con la nada. Ah, la nada. /
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