El animal


   
   Lipara Lucens  EL ANIMAL

El animal vive áspero. Ignorante, te acercas y penetras en un mundo separado donde la proximidad es imposible. Puedes extender una mano fría para acariciar la cabeza de un perro, también penetrar en el monte salvaje y observar los ritos de las fieras como una sombra que mira callada, circunspecta, con asco y con respeto. Sucede cualquier mañana, mientras caminas. Se congregan decenas dibujando círculos en el cielo, van llegando de lejos, llamándose unos a otros en silencio. Alzas la mirada y el único sonido es el de la lengua que no habla, las alas muy cerca, agitando el aire sobre tu cabeza. Gritos roncos, miradas ambarinas de extrañamiento. El olor de la carroña, lejos de ser insoportable, resulta curiosamente familiar. 
No la presencia de estos seres, la distancia brutal que señala el lenguaje te separa de ellos para siempre, desde siempre. Así, vive el animal en la aspereza. El árbol silente susurra, respira, se estremece de placer, se encoleriza, o simplemente calla, atento, cruel, escurridizo. El animal no entiende, no atiende, no espera, no quiere. Existe una distancia insoportable entre tu cuerpo y su sentido, aunque apenas os separe el gesto instantáneo que desgarra de forma inopinada. El animal, en su aspereza, desgarra. Aun en su inacción su mirar desgarra. Y una vez sorpresivamente abierta la herida acuden de lo oscuro las moscas surgidas del mismo gesto arcano. Entonces no preguntes, el animal no entiende.
 Lipara Lucens


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