LAS ROPAS DE LOS MUERTOS



Debo conservar las ropas de
los muertos, guardo la navaja 
de mi abuelo, guardo plumas 
y semillas y trozos de corteza, 
guardo pétalos, alas de mariposa,
picos de pájaros, pero debo 
conservar las ropas de los muertos, 
guardo las voces de las cabras,
guardo el sonido del río, guardo 
piedras, heces, guardo huellas 
como algo inaccesible, guardo 
las plantas de tus pies, guardo 
el árbol de mis pulmones, 
guardo tus ramas como uñas 
cortadas, la voz del cuco la guardo 
entre dos páginas de un libro, 
guardo este dolor en el pecho, 
guardo esta voz mía 
irreconocible, y guardo la visión 
fugaz de la oropéndola, 
se alternan un canto armonioso 
y un graznido, un rayo de sol 
y la sombra helada, la muerte 
y la muerte, el nacimiento 
y lo que jamás ha nacido, guardo 
la vida como experiencia atroz, 
guardo estas heridas en mis pies, 
bajo la lengua, en el velo del paladar, 
en los tobillos, la vida lacerante 
se refugia, y te guardo a ti, 
te atesoro en mi regazo, guardo 
entre mis labios la primera cereza 
de este árbol, el polen como semen 
blanco, amanecido

 Texto y fotografía: Antonio Santamaría Solís

Comentarios

  1. Qué luz dan estos tesoros, sorprendidos en algún cajón, al pie del camino o en la memoria del cuerpo... Cuánta vida y muerte en el espejo grande de tu poema.

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