MOSCAPESADILLA
MoscaPesadilla se
presenta en sUciedad
Una declaración de principios sin fin
Este cuaderno de bitácora que mis hermanas y yo construimos con vuestros desechos, en vuestros vertederos y establos,
sobre los montones de estiércol de vuestra actividad diaria, en el polvo de vuestros salones y desvanes,
en la intimidad de vuestras alcobas, vuestros cementerios, armarios, mascotas y todo tipo de objetos y sujetos putrefactos;
Lipara Lucens
este diario impuntual, este cuaderno de notas lleno de borrones y cacas de mosca quiere ser, ante todo, y por medio del dibujo y la palabra, la plaza del mercado abierta a todos con sus suculentas porquerías colgando de los ganchos
del verbo incisivo
y el dibujo audaz
puedan darse cita
para degustar ese festín de olores y sabores,
filosófico tebeo,
cómico comic, inspirado fumetti, cotidiana bédé, apasionado fanzine…
Porque nosotras,
moscas audaces, Hypodermas y Stomoxys, Fannias,
Domésticas
y Scatophagas, Lucilias o Sarcophagas
no somos en
absoluto fanáticas, irritantes o pesadas,
somos tenaces.
Insistimos para
contaros al oído aquello que no queréis o no
sois capaces de escuchar.
Somos,
sencillamente, eso: moscas irrepetibles con aspecto de mal sueño.
Lipara Lucens
Glossina Swynnertoni NAVEGANTE SOLITARIO
Es mediodía, la mejor hora para situarse: la variación de la altura del sol es mínima, promediando tres lecturas consecutivas, con el sextante de respeto, que el otro, el bueno, perdió el espejo chico durante uno de los temporales de hace dos meses, bastan para tener una latitud razonable. Es un cálculo muy sencillo que luego se traslada a una carta en blanco: una raya horizontal en un papelón que amarillea por los bordes. Y si tuviese un reloj más fiable calcularía la longitud con más esmero, con el horario local de cualquier astro catalogado en el almanaque, desde luego que con el propio Sol, o la Luna, o cualquiera de esas estrellas más relevantes. Podría situarse así con una precisión tan sutil como innecesaria frente a ese infinito espejo pulido de agua callada. Acaba haciendo el cálculo con otro método más elemental y menos fiable, el de la estima: con la velocidad y el tiempo, en este caso veinticuatro horas, una singladura. Si el rumbo no es muy preciso, se abre el compás y se traza una circunferencia, la distancia, desde la pequeña cruz que indicaba nuestra posición ayer. En alguno de los dos puntos de intersección de la circunferencia con la línea de latitud está el barco; este, oeste, es fácil.
Musca Australis DE LA JUSTICIA POÉTICA
Lo cotidiano entreteje pánico y alivio, ese tejido que a veces contemplamos con fascinación de improviso nos envuelve, sin que podamos comprender que, en tales momentos, apenas somos otra cosa que figuras de un paisaje animado. Existe, por seguir con la imagen del tejido, un hilo entre lo que hacemos y lo que nos ocurre, sin duda forman parte de la misma trama y por eso cuando nos preguntamos si “hay sentido” o si “hay justicia” mirando alrededor, tenemos, lo sepamos o no, sujeto entre los dedos no el ovillo sino un sedal de tan fino, casi invisible. Claro está que ocurre lo que hacemos (y también a la inversa) salvo por la obviedad de que no sólo uno mismo participa en el juego. Si hay justicia, entonces, es porque alguno o muchos lo han querido y esta suma de voluntades, de demandas y anhelos ha cuajado, no hoy, ni acaso cuando más falta hacía, ni tampoco como una fatalidad o fin cierto pues no es cosa de Dios o de los dioses. Y tampoco lo es, aunque pueda llegar a parecerlo, lo que llamamos “justicia poética”; ésta se da cuando el restituir propio de la justicia parece que se produjera en un nivel distinto de aquel en que se produjo el daño. No me refiero al restablecimiento del orden moral sobre el papel, diseñado por un autor en oficio de demiurgo, con fines ejemplares o meramente tranquilizadores; sino a un cumplirse que, a veces desde el arte pero no sólo, vengaría ciertas afrentas que habrían quedado impunes. Se diría que es consuelo para gentes inanes y que llega tarde y nada restituye a quien lo precisaba pero… pero lo que quiero explicar es, por un lado, que no se debe a nada preexistente y justo de por sí, y tampoco al azar, sino a las condiciones creadas por los hombres; y por otro que acaso tan sólo sirva para hacernos esbozar una sonrisa: la que nos produce la sensación de que, de una manera retorcida, el orden moral no es ajeno al mundo, con todo lo que esto comporta. Dicho mejor, por Patricio Pron, que es de quien tomo el ejemplo que estoy comentando de esta manera farragosa: el ángel de la historia de Benjamin, aparte de cruel, practica la ironía.
Lipara Lucens
Glossina Swynnertoni NAVEGANTE SOLITARIO
Es mediodía, la mejor hora para situarse: la variación de la altura del sol es mínima, promediando tres lecturas consecutivas, con el sextante de respeto, que el otro, el bueno, perdió el espejo chico durante uno de los temporales de hace dos meses, bastan para tener una latitud razonable. Es un cálculo muy sencillo que luego se traslada a una carta en blanco: una raya horizontal en un papelón que amarillea por los bordes. Y si tuviese un reloj más fiable calcularía la longitud con más esmero, con el horario local de cualquier astro catalogado en el almanaque, desde luego que con el propio Sol, o la Luna, o cualquiera de esas estrellas más relevantes. Podría situarse así con una precisión tan sutil como innecesaria frente a ese infinito espejo pulido de agua callada. Acaba haciendo el cálculo con otro método más elemental y menos fiable, el de la estima: con la velocidad y el tiempo, en este caso veinticuatro horas, una singladura. Si el rumbo no es muy preciso, se abre el compás y se traza una circunferencia, la distancia, desde la pequeña cruz que indicaba nuestra posición ayer. En alguno de los dos puntos de intersección de la circunferencia con la línea de latitud está el barco; este, oeste, es fácil.
Pero lleva tres semanas encalmado y sobre la recta trazada
ya hay una crucecita solitaria aguardando a un compás cerrado.
Detrás de la mesa de cartas, debajo del portillo
abierto, los brotes de soja cultivados verdean en sus bandejitas, entre los
estantes de madera. Arranca tres de ellos y se los lleva a la boca,
saboreándolos. Sabe que la tribu de duendes que se ha refugiado en la zona más
tupida andará murmurando, pero él necesita vitaminas y las raciones de
emergencia son sagradas. El caballito blanco, su doncel armado, rinde la lanza
hacia algún lugar invisible, quizás la portada de uno de los libros
circundantes, puede que sea un enamorado de lo
logaritmos, de las tablas de navegación o de la cartografía, que es lo
que más abunda por esa banda. La literatura está en un pañol, más a proa,
agotada.
Si coge dos brotes de soja más se le descuadrarán los
cálculos, y eso sin contar con las pérdidas accidentales; prefiere tentar la suerte y celebrar algo: mira el
calendario: será el cumpleaños olvidado de alguien; pero prefiere no pensar en
nadie conocido, esa algarabía en technicolor que se le aparece de vez en
cuando, o el rostro grave de un amigo que le recuerda, tan a menudo, que tiene
que seguir esforzándose.
L. Lucens
Ni un ruido fuera, el mar es un espejo curvo e
interminable, dentro, si acaso el chismorreo en la zona más oscura, a la sombra
de los baobabs de soja.
Nunca ha conseguido verlos, y eso los preserva
intactos y en esa estética medieval muy adecuada (salvo en una de las
bandejitas nuevas donde, entre algodones, se pasea un pequeño astronauta de
escafandra blanca. Un chisporroteo eléctrico, un bisbiseo electrónico le
delata: se está comunicando con la base).
Sale a cubierta y el barco se mece un poco a causa de
sus pasos. Unas ondas se esparcen desde el casco hacia la nada.
Ni una nube, nada. Solo el sol en lo más alto. Menos
mal que tiene agua en abundancia, los dos tanques adicionales que le sugirió
Pierre han resultado providenciales;
para él y para el minúsculo jardín y sus habitantes. Supone que ahora
que él esta fuera ellos podrían aventurarse a salir a descubierto, a explorar
las interioridades del barco. Y esa idea le aterra, saber que podrían salirse
de sus confines imaginarios.
Sospecha que en alguno de los trocitos de concha que
dejó caer entre los brotes, para adornarlos, se acuna una hurí diminuta y
hermosísima iluminada por los reflejos
nacarinos de los diminutos fragmentos. La imagina dejándose seducir por
la canción en salmodia de un delicado eunuco. Y que entre los hilos
multicolores de los restos de la camisa de un cabo, que colocó entre el algodón
humedecido para darle algo más de colorido a su jardín privado, hay unos un
pequeño sátiro, un monjecillo meditabundo y un gato inmóvil que espera un
pájaro.
Sabe que, en casos como el suyo, alguien vendrá a
rescatarle. No un avión, ni un barco. No es ese tipo de rescate. Ha leído, ha
estudiado, que en casos de supervivencia extrema puede aparecer un hombre,
entresoñado, que resuelve con diligencia
los asuntos más graves. Hay tantos testimonios que lo da por cierto. Y hasta el
aficionado a la psiquiatría más torpe sabe que ese personaje bondadoso es un
trasunto de uno mismo con el que el subconsciente, bullicioso, nos rescata, de
nosotros mismos, en casos muy apurados. El lóbulo temporal esmerándose, en fin,
un tufo epiléptico o algo similar.
Aguarda, presintiéndole; como a los personajes de su
jardín.
Pero sabe, por Heisemberg, que no podrá verlos, que no
podrá ser observándose.
G.S
PROPENSIÓN A LAS ARCADAS
1
Musca Australis DE LA JUSTICIA POÉTICA
Lo cotidiano entreteje pánico y alivio, ese tejido que a veces contemplamos con fascinación de improviso nos envuelve, sin que podamos comprender que, en tales momentos, apenas somos otra cosa que figuras de un paisaje animado. Existe, por seguir con la imagen del tejido, un hilo entre lo que hacemos y lo que nos ocurre, sin duda forman parte de la misma trama y por eso cuando nos preguntamos si “hay sentido” o si “hay justicia” mirando alrededor, tenemos, lo sepamos o no, sujeto entre los dedos no el ovillo sino un sedal de tan fino, casi invisible. Claro está que ocurre lo que hacemos (y también a la inversa) salvo por la obviedad de que no sólo uno mismo participa en el juego. Si hay justicia, entonces, es porque alguno o muchos lo han querido y esta suma de voluntades, de demandas y anhelos ha cuajado, no hoy, ni acaso cuando más falta hacía, ni tampoco como una fatalidad o fin cierto pues no es cosa de Dios o de los dioses. Y tampoco lo es, aunque pueda llegar a parecerlo, lo que llamamos “justicia poética”; ésta se da cuando el restituir propio de la justicia parece que se produjera en un nivel distinto de aquel en que se produjo el daño. No me refiero al restablecimiento del orden moral sobre el papel, diseñado por un autor en oficio de demiurgo, con fines ejemplares o meramente tranquilizadores; sino a un cumplirse que, a veces desde el arte pero no sólo, vengaría ciertas afrentas que habrían quedado impunes. Se diría que es consuelo para gentes inanes y que llega tarde y nada restituye a quien lo precisaba pero… pero lo que quiero explicar es, por un lado, que no se debe a nada preexistente y justo de por sí, y tampoco al azar, sino a las condiciones creadas por los hombres; y por otro que acaso tan sólo sirva para hacernos esbozar una sonrisa: la que nos produce la sensación de que, de una manera retorcida, el orden moral no es ajeno al mundo, con todo lo que esto comporta. Dicho mejor, por Patricio Pron, que es de quien tomo el ejemplo que estoy comentando de esta manera farragosa: el ángel de la historia de Benjamin, aparte de cruel, practica la ironía.
Al final de un texto sobre literatura
y testimonio, (http://www.elboomeran.com) o literatura e historia,
centrado en la elaboración que han hecho dos generaciones
de escritores argentinos del horror de la dictadura militar iniciada en 1977,
cita una noticia del diario Clarín en la que se informa que los
dictadores Videla y Masera yacen enterrados, muy cerca uno de otro, en un
cementerio privado, bajo nombres falsos. Es decir, aquellos que hicieron de la
desaparición de enemigos reales o supuestos
su instrumento político, esparciendo por doquier
cuerpos sin nombre ni lápida, ellos mismos han sido
condenados por toda la eternidad a desaparecer de su nombre, a
esconderse de su obra y vida en la tierra ante la amenaza cierta de profanación, que si bien ningún daño causaría a los infames, ya huesos mondos, sí hará justicia sobre sus memorias de forma
demorada, reiterada, como una parodia del infierno para ejemplo y escarmiento
de todos y cada uno.
M.A
Lipara Lucens MECÁNICA CELESTE
Ladra
un perro, agita el viento los olmos, si tuviera pelo también lo agitaría el
viento, en cambio sacude las páginas del libro. Estaba leyendo, pero no
importa. Con el paso del tiempo cada vez se acostumbra uno más a ciertas cosas,
vengan de donde vengan. Ladra el perro del vecino y el viento arrastra esa voz
bronca hasta mi casa, la mete en mi cocina y la deja suelta, sin collar,
husmeando furiosa en la basura las sobras de la cena. Pero yo no acostumbro a
cenar. La lluvia, el viento, la imagen recién evaporada de mis manos cerrando
de golpe el libro, empuñando temblorosas la caña del bastón, todo me conmueve y
sobrecoge en esta noche extraña. Que se vaya, que se extinga la luz eléctrica,
solo eso temo más que nada, más que nada me asusta la idea de aquel instante en
que la luz con un chasquido desaparece, y el espacio en blanco, en negro, que
sigue a ese relámpago fallido. Abro de nuevo el libro para entretenerme. Parece
que los olmos nuevamente languidecen recordando que, al fin y al cabo, aún es verano.
Solo temo que, pese a todo, la luz decida marcharse. Que parpadee la bombilla
del arranque de la escalera y, zas, con un chasquido igual que el que se
produce con dos dedos todo acabe. Es tan frágil al fin y al cabo nuestra
permanencia aquí, sobre la tierra, aquí, bajo la luz. Esta fuga de la luz, y
cierro otra vez el libro, es la cosa que más temo, un miedo incomprensible pero
un miedo del todo definido, como la hoja de
un cuchillo golpeando la puerta, zas, justo junto a la placa de latón que anuncia el nombre de uno, Antonio tal y tal, abogado, jubilado, anestesiado. La próxima vez no fallaré, la próxima vez me iré para no volver, cuando la luz, con un zumbido burlón retorna a la bombilla incandescente y temblorosa que igual ilumina el arranque de esta escalera que el final de una existencia llena de terror, de dudas, de miseria, de páginas y páginas de libros desleídos una y mil veces. Lo mejor será que abra usted de nuevo las páginas de su libro, me diría aquel doctor si lo tuviera, sumérjase usted de nuevo en esa lectura suya retirándose a ese rincón apacible que según dicen nos brinda siempre la ficción, alejándose así usted de sus miedos, sus temblores, sus derrotas. ¿Cuántas páginas puede tener esta obsesión, cuántos puntos y cuántas comas, cuántos capítulos aún para llegar a la negra conclusión, a la disolución, al eclipse definitivo? Fin, donde debería poner Fin, donde al fin y al cabo el miedo siempre nos impide leer la palabra Fin. Ahora que la luz ha retornado puedo de una vez por todas cerrar las viejas páginas del libro. Ladra el perro, apenas una voz áspera y furiosa que huye brincando de debajo de la mesa, allí donde ha permanecido rumiando durante todo este lapso de negrura. Golpea ciegamente mi bastón, adiós, acaricia el viento mi flequillo inexistente. Esbozo melancólico un aullido. Adiós. Abro nuevamente el libro
un cuchillo golpeando la puerta, zas, justo junto a la placa de latón que anuncia el nombre de uno, Antonio tal y tal, abogado, jubilado, anestesiado. La próxima vez no fallaré, la próxima vez me iré para no volver, cuando la luz, con un zumbido burlón retorna a la bombilla incandescente y temblorosa que igual ilumina el arranque de esta escalera que el final de una existencia llena de terror, de dudas, de miseria, de páginas y páginas de libros desleídos una y mil veces. Lo mejor será que abra usted de nuevo las páginas de su libro, me diría aquel doctor si lo tuviera, sumérjase usted de nuevo en esa lectura suya retirándose a ese rincón apacible que según dicen nos brinda siempre la ficción, alejándose así usted de sus miedos, sus temblores, sus derrotas. ¿Cuántas páginas puede tener esta obsesión, cuántos puntos y cuántas comas, cuántos capítulos aún para llegar a la negra conclusión, a la disolución, al eclipse definitivo? Fin, donde debería poner Fin, donde al fin y al cabo el miedo siempre nos impide leer la palabra Fin. Ahora que la luz ha retornado puedo de una vez por todas cerrar las viejas páginas del libro. Ladra el perro, apenas una voz áspera y furiosa que huye brincando de debajo de la mesa, allí donde ha permanecido rumiando durante todo este lapso de negrura. Golpea ciegamente mi bastón, adiós, acaricia el viento mi flequillo inexistente. Esbozo melancólico un aullido. Adiós. Abro nuevamente el libro
L.L
L. Lucens
Musca Australis (justificación)
Mejor una
constelación que un bicho que cualquiera podría
aplastar con un dedo, pero cuando los dioses te hacen inmenso y lejanísimo y vagamente luminoso es porque no han encontrado otro modo de
ponerte a salvo del destino, tenue consuelo pues entre cada trazo de los que te
conforman se abren abismos y tan sólo eres desde una
distancia cuasi infinita. Por otro lado no está claro
que sea tan fácil matar una mosca (por lo que no sería
deshonroso no haber matado ninguna) es conocida y ha sido estudiada (ver
Michael Dickinson en Current Biology, 2008) su irritante habilidad para alzar
el vuelo eludiendo por milisegundos ese
instrumento diseñado de manera elemental para exterminarlas o el simple periódico doblado. Mi amigo Del Solus, a quien Belcebú omita de su lista
fatídica, las agredía a navajazos alcanzando mortífera eficacia, en una época que ya ha entrado en el
mito.
Ser insistente
y molesto y volador, paseante sobre muerte y vida, casa mal con el hieratismo
celestial y distante, mas vivir en continuo sobresalto no es destino
envidiable: mejor, antes de que un día fallen los reflejos, ser
rescatado por los inmortales atentos y alojado sin gasto en las soñolientas estrellas.
M.A
Lipara Lucens RUINA
/ SUELO PRIMITIVO, lección única
en
una sociedad que contempla la acción de pasear como tendencia peligrosa
deliciosos espacios en blanco de los mapas, sucesión de laberintos, la luz
mágica del fin del mundo con sus evocaciones italianas bordeando un estanque
sinuoso, hiedra patética, los despojos de una torre cuidadosamente
ensombrecidos, simulación romántica de una historia ya extinguida. Casas
deshabitadas, puentes abandonados al vacío, rara intimidad de los solares,
parajes libres poblados de peligros y de maravillas, ventana inexistente que
nos abre la mirada a un mundo sin categorías, sin procedimientos y sin
técnicas. Sin tiempo. Libre de valores pretéritos, libre de moral. Otro mundo una casa vacía en el centro del campo de
batalla .
Un
espejismo de la paz verdadera, el aplazamiento de los rencores, la
rehabilitación del castigado espíritu una
casa vacía en el centro del campo de batalla impulsos motivadores de la
esencia misma de la vida, la lucha continuada de todos contra todos,
presente-pasado, miseria-riqueza, belleza-fealdad una casa vacía en el centro del campo de batalla al igual que todo
cuerpo la anatomía de una ciudad precisa de estos lugares deshabitados, ¿a qué
órganos corresponderán exactamente estos espacios vacantes?, frente a la
maligna proliferación de construcciones diseñadas para el estrago, ¿a qué
ámbitos fisiológicos? La regeneración de las viejas y gastadas células, el
aireamiento y reposo de los miembros y la mente en una región consagrada al
armisticio una casa vacía en el centro
del campo de batalla para el patólogo una interesante práctica de
laboratorio. Permitir el sueño, hasta en el gesto más trivial. Informaciones
facilitadas por el microscopio, escenario en el que se asiste a la
representación de las consideraciones conceptuales del investigador una casa vacía en el centro del campo de
batalla lejanía inalcanzable, magnitud de imposible solución para la ciencia.
Fascinante mestizaje, los desechos ciudadanos con la invasora desfachatez de
los hierbajos, despojos efectivos de la acción del tiempo, solar, suelo
primitivo, espacios subterráneos de misión intercambiable una casa vacía en el centro del campo de batalla disponer esta
metamorfosis. Ruina aparente. Escombro. Actuación artística. Enajenamiento,
abandono, decaimiento de una construcción determinada, a la que incluso se
asigna un nombre una casa vacía en el
centro del campo de batalla ruina espontánea, solar verdadero, refugio,
aprendizaje, violencia, amor, juego. ¿Resultará oportuno desandar los pasos
dados para regresar hasta aquel romanticismo, precisamente constructor de
ruinas? Como la golondrina en su vertiginoso vuelo, se trata de marcar un
territorio con una señal para todos inequívoca: el segmento rasgado por el ala
se cierra de inmediato en el aire transparente, mas en el reverso, en aquel
otro lado permanece para siempre abierto una
casa vacía en el centro del campo de batalla
Phaenicia Sericata MEMENTO MORI
Pequeño recordatorio a
los seres que alimentan a nuestras larvas.
Cuando el hijo de
Dios se hizo carne, la mosca tardó apenas unos
segundos en posarse sobre su
frente para absorber los fluidos que la manchaban y hacerle saber que, años más
tarde, otras moscas de una generación venidera depositarían huevos en su
cadáver para que pequeñas y voraces larvas se alimentasen y diesen lugar a un
nuevo ciclo de moscas que consumiría sus restos y los restos de todos los
dioses.
Las moscas ya lo habíamos hecho antes. Otras moscas entorpecieron las meditaciones de Sidarta Gautama e hicieron blasfemar a
Lao-Tse de la misma manera que incordiaron a Einstein en medio de una ecuación
complicada, desviaron el trazo de una pincelada de Van Gogh y sacaron de sus
ensoñaciones renacentistas a Leonardo obligándole a rascarse la entrepierna.
Las moscas somos así, efímeras molestas y necesarias. Nunca la misma pero todas
con el único propósito de recordaros que estaremos aquí comiendo mierda cuando el
último de vosotros nos deje de servir de distracción y de alimento.
Nosotras las moscas
hemos estado presentes en todos vuestros actos, hemos bebido vuestros mejores
vinos y probado antes que vosotros los alimentos más preciados. Hemos
interrumpido los más dulces sueños de vuestros hijos y nos hemos apareado sobre
la espalda de vuestras madres en el momento en que fuisteis concebidos. En
nuestro estado larvario hemos devorado los ojos de los pintores, la lengua de
los poetas y el corazón de los líderes sobre cuyas estatuas depositamos
nuestros excrementos.Nosotras las moscas hemos ganado todas vuestras guerras y batallas
beneficiándonos del sabor de vuestros muertos, hemos sido cómplices de vuestros
secretos, testigos de vuestros actos más vergonzosos y mudos asistentes a
concilios y coronaciones; hemos zumbado en los silencios de los conciertos,
entorpecido vuestros discursos y asistido a vuestras catástrofes.
Siempre estaremos aquí junto a vosotros y cuando ya seáis nada seguiremos
paseando sobre vuestros objetos más preciados, sobre vuestras tumbas, vuestras
catedrales y vuestros palacios. Hasta el último momento os recordaremos que lo
que llamáis cultura no es más que el deslumbrante artificio del alimento de
nuestras larvas. Eficaces, ciegas y sin patas; pondrán punto final a vuestra
historia alimentándose de las vísceras del último de vuestra especie.
P.S
Luis de MoralesChloromyia Formosa DESDE EL PURGATORIO
Casi a la hora de comer
cambiar la bandeja debajo de
la cámara
fregar la cámara por dentro
Yo no corto la carne, sólo
limpio la sangre
y la grasa
cortar, limpiar, fregar,
amor y agradecimiento
cuando bajo de nuevo las
escaleras
tengo cuidado de que nadie
vea
la sangre coagulada de la
bandeja
Echar guantes de goma
echar plástico sobre las
bandejas
echar un viaje de patatas
en los congeladores el género
revuelto
Limpiamos las alcachofas en
silencio hasta el corazón
a veces negro
-gusanos removiéndose-
el limón hace que se
blanqueen al hervir
¿Qué hago? Ensaladas
fregar, limpiar, cortar
dientes rosáceos
me asomo a la olla: los
caracoles con sal
Estremecimiento:
cientos de cuernos
blandos estirándose
en un intento de salir con
vida
En la parrilla
poner la carne al punto
correcto
secar bien los cuchillos
Una sepia en un plato
barrocamente estropeada con
esencia de Módena –dulce-
y aceite con ajos triturados
–picante-
¿Salsa Mery?
¿Quién conoce la receta?
Batumi –Georgia- Tipasa
–Argelia-
mis dos compañeras de los
fogones
En la pila las manos bucean
para encontrarse con restos
diversos:
huesos de aceitunas y de
codorniz,
pan hinchado, tomates
Una almeja tapando el desagüe
desatascar, hurgar en el
vertedero
separar los huesos de los
pimientos asados
guardar para los perros
Fregar
y luego fregar la pila
y dejarlo todo limpio
y luego
irse
C.F
L. Lucens
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